Conocé la técnica japonesa para el bienestar.
ORIGEN
Como dijimos previamente, el Misogi tiene su origen en Japón y no se trata de una práctica moderna. Todo lo contrario. Sus raíces mitológicas se remontan siglos atrás y está narrado en el Kojiki, el libro más antiguo que se conserva en Japón. Allí se cuenta la historia de Izinagi, el Dios que tras la gran pena que sintió por la muerte de su esposa bajó al inframundo para tratar de recuperarla. Tras su intento fallido volvió al mundo de los vivos y se limpió y purificó en aguas heladas de un río. Este hecho, simbólico, no solo lo “limpió” de la muerte y todo el mundo gris del inframundo, sino que también le dio una gran claridad y fuerza desconocida. Inspirado en esta leyenda, con el correr de los años nació el Misogi, una corriente de crecimiento personal muy afianzada en Japón. ¿De qué se trata? Someterse a pruebas físicas y mentales para superar los límites personales y encontrar claridad y espiritualidad.
DE JAPÓN A HARVARD Y AL MUNDO
Fue de la mano del Dr. Marcus Elliot, profesor en Harvard y dueño de P3, un centro de alto nivel de ciencia del deporte que utiliza datos biométricos para mejorar el rendimiento de deportistas profesionales, que el milenario misogi japonés llegó al mundo occidental. Su método, además de incrementar paulatinamente los niveles de resistencia y conseguir mejorar los datos de varios deportistas de elite, entre ellos algunos jugadores de NBA, logró hacer sentir a estos profesiones mucho más felices después de esta práctica inspirada en los misogis japoneses. Un win-win: mejoraban sus números y se sentían plenos.
Elliot, después de investigar mucho el tema, llegó a la conclusión de que esta práctica ancestral venía a derribar la concepción occidental de felicidad y el status quo de la famosa zona de confort. El camino a la felicidad, según él, está en incomodarnos cada tanto, desafiarnos y vivir con menos cosas, pero con más esfuerzo. Un verdadero horizonte de superación personal. Elliot también ha asegurado que los humanos modernos tenemos una necesidad insatisfecha de hacer lo que nos cuesta. A su vez asegura que los estudios realizados por él demuestran que la depresión, la ansiedad y la sensación de no pertenencia –tan común de esta época–, están íntimamente ligadas con no ponernos a prueba. Con no desafiarnos.
¡A LA ACCIÓN!
¿Cómo traer esta práctica al día a día? El especialista asegura que los “misogis” son retos que debemos ponernos con nosotros mismos, que nos desafíen a salir de la zona de confort y, esto, de alguna manera nos lleve a crecer. Tiene que ser un reto duro, con las mismas posibilidades de éxito o fracaso (50% o menos) y no debe ser riesgoso para la salud. Una verdadera prueba de resistencia y superación personal. Desafíos físicos, mentales o espirituales.
Algunos consejos:
- Podemos comenzar por identificar las áreas donde nos sentimos cómodos. Es ahí donde hay que buscar desafiarnos para crecer personalmente.
- Luego, es el momento de poner metas desafiantes, pero realizables. Cualquier actividad que nos desafíe tanto física como mentalmente.
- Ser conscientes del fracaso como parte del proceso. No siempre podremos cumplir con todos los misogis, pero todos nos irán ayudando al crecimiento personal. Cada fracaso es una oportunidad para mejorar y aprender.
- Desarrollar la resiliencia, clave siempre para recuperarnos de los imprevistos o contratiempos. Ser compasivos con nosotros.