La prevención es el mejor camino.
Y sin duda, uno de los puntos claves para el cuidado de nuestra piel es el examen de los lunares. ¿Cada cuánto debemos visitar el dermatólogo? ¿Qué podemos hacer en casa? ¿A qué tenemos que estar atentos? Según explica la Dra. De Pablo, el chequeo de lunares no tiene una regularidad establecida ya que este dependerá de la edad del paciente, de sus antecedentes personales y familiares, del tipo (fototipo-cómo reacciona la piel ante la exposición solar) de piel, de la cantidad de lunares que tenga, entre otros aspectos. La recomendación es hacer una consulta con un dermatólogo quién podrá decir cuál es su riesgo potencial y con qué frecuencia necesita hacer un control con un especialista. “Podemos decir que una persona adulta puede hacer un control anual, salvo que se especifique otra frecuencia”, detalla.
SEÑALES DE ALARMA
Cuando aparece una lesión vieja o nueva que se lastima espontáneamente o no cicatriza hay que prestarle mucha atención. ¿Cómo hacer un chequeo de lunares? Desde la SAD fomentan el autoexamen, que implica revisar los lunares propios con una cierta frecuencia (mensual o según recomiendo el especialista consultado) para conocer los lunares y manchas que se tienen en la piel. Este conocimiento permitirá detectar alguna lesión nueva o un cambio en las ya existentes. Es posible que para ciertas zonas (espalda, cuero cabelludo, genitales) se requiera la ayuda de un familiar o de algún utensilio como puede ser un espejo. “En este chequeo hay que prestar atención a cambios (en forma, color, relieve), a la aparición de algún síntoma (picazón, ardor, sangrado espontáneo) o de una herida que no cicatriza, y finalmente, al desarrollo de una lesión nueva”, aclara De Pablo.
SUMAR BUENOS HÁBITOS
¿Qué otras cosas podemos hacer para cuidar nuestra piel? Desde SAD recomiendan controlar el tiempo de exposición frente al sol u otras fuentes de radiación ultravioleta (RUV-como las camas solares), ya que la RUV tiene un efecto cancerígeno comprobado (es decir, que puede provocar cáncer de piel). “El daño es producido tanto por las quemaduras solares (enrojecimiento de la piel por la exposición) repetidas, como por la acumulación crónica de RUV en el tiempo. Por ello, es importante disminuir el tiempo de exposición al aire libre”, argumenta De Pablo y suma los siguientes consejos:
- Evitar exponerse al sol directo entre las 10/11 de la mañana y las 4 de la tarde.
- Utilizar medidas físicas para protegerse. Buscar la sombra (debajo de los árboles, sombrillas, toldos, galerías), ropa (sombreros de ala ancha, mangas largas, telas con trama apretada como las sintéticas).
- Emplear protectores solares con FPS 30 o más, de amplio espectro (que cubra los rayos UVA y UVB) en todas la zonas expuestas no cubiertas (que no puedan protegerse con las medidas anteriores). Hay que recordar que la aplicación debe realizarse unos 20/30 minutos antes de la exposición y volver a aplicar cada 2 horas (en especial cuando hay transpiración profusa, al hacer deporte o al meterse en el agua).
- Evitar la exposición solar directa de menores de 1 año (no llevarlos a la playa, por ejemplo). En los menores de 6 meses no se pueden utilizar protectores; a partir de los 6 meses se recomienda usarlos en superficies pequeñas que no puedan ser protegidos con ropa. Siempre emplear productos diseñados para esta edad.
IMPACTO DE LA EXPOSICIÓN AL SOL SIN PROTECCIÓN
“Si nos exponemos al sol sin protección tendremos una quemadura: enrojecimiento, formación de ampollas, descamación posterior de la piel, alteraciones en la pigmentación, manchas más claras o más oscuras persistentes en el tiempo. Se sabe que el antecedente de varios episodios de quemaduras solares aumenta el riesgo para desarrollar melanoma. Estas quemaduras son más frecuentes en las personas con piel blanca, que enrojece fácilmente y no se broncea, o casi nunca lo hace”, explica la Dra. Ana De Pablo. Pero aclara que no es solo eso: el sol también daña por la exposición crónica. “El daño de la RUV es acumulativo. Esto es consecuencia de estar al aire libre diariamente, al hacer deportes, al trabajar al sol o ir a camas solares. Este daño produce modificaciones en los genes que están en las células y favorecen el desarrollo del cáncer”, concluye.