Dejá la prisa y dale espacio a los momentos de quietud.
Pero cuando nos referimos a lograr calma, ¿qué queremos decir? ¿Suponemos que es una persona que no reacciona? ¿Alguien impasible frente a los eventos de la vida? ¿Una persona callada o solitaria? ¡Nada de eso! Como explica Petrollini, una persona calma es aquella que puede reflexionar ante los obstáculos inevitables de lo cotidiano, que realiza un corte a la vorágine de exigencias y rectifica el rumbo si es necesario.
Para analizar y entender un poco más el concepto la especialista sugiere que consideremos el origen de la palabra calma. Esta proviene del griego (cauma) que significa intenso calor de verano o del sol. Cuando hay calma, no hay olas ni viento y, por lo tanto, hay serenidad y tranquilidad. “Aquí nos referimos a la serenidad como un horizonte de sosiego, sin nubes, tanto referido al cielo como al alma, que originan un estado apacible. Esto va delineando que la calma que una persona puede tener va a estar inevitablemente afectada por las exigencias de la vida, de los ideales y deberes de cada uno, sumado a un monto de ansiedad”, argumenta la especialista.
¿CALMA VERSUS ANSIEDAD?
Quizás podríamos decir que en esta era continuamente estamos debatiendo entre calma y ansiedad. Pero para analizar este antagonismo, la especialista aclara que primero debemos entender que hay diversos grados de ansiedad: desde la expectación ansiosa por un evento usual hasta el trastorno generalizado de ansiedad. Por lo tanto, vale la pena diferenciar:
-Ansiedad: es una reacción que afecta a la mente y al cuerpo, sentimiento de inquietud, nerviosismo, preocupación o inclusive pánico por algo que puede ocurrir.
-Miedo: la emoción que sentimos en presencia de una amenaza.
-Pánico: episodio repentino intenso de terror sin peligro real o causa aparente y con la sensación de pérdida de control.
“Entonces la ansiedad es una reacción ante la posibilidad de un evento futuro que prepara una respuesta para huir o luchar. Es una función relativa a la supervivencia, pero si dicha ansiedad es excesiva, por ejemplo, en el caso del trastorno generalizado de ansiedad o de un ataque de pánico, esta paraliza y puede llevar a una depresión. Hay que destacar que es natural que, ante situaciones nuevas, desconocidas o que suponen un desafío se produzcan sentimientos de ansiedad y nerviosismo. Por ejemplo, al enfrentar un examen, una fecha especial o una presentación importante se puede desencadenar una ansiedad normal. Los sucesos diarios, dependiendo de cómo son evaluados por cada uno, se pueden sentir como una amenaza y, por lo tanto, un derrumbe de su deseo y afectación de su cuerpo o como un obstáculo a superar”, explica Petrollini.
¿QUÉ PERCIBIMOS COMO REAL?
Y este es el otro punto importante de la ecuación: ¿cómo evalúa una persona la realidad? ¿De qué depende? ¿Hay una sola realidad objetiva? Sabemos que no es así, que ante un mismo hecho hay múltiples interpretaciones y cada uno lo siente y procesa de una forma particular. Por ejemplo, ante un resultado negativo o una decepción amorosa, alguien no puede levantarse ni pensar y otro, aún con la tristeza y el dolor, intentará rearmarse.
Freud estableció que la percepción conforma una memoria que va inscribiendo la realidad denominada realidad psíquica. Así la percepción va quedando entrelazada a vivencias (que marcan una huella psíquica), a los ideales familiares (que asientan las creencias) y a las exigencias culturales y sociales específicas de cada época y sociedad. Entonces si vivimos afectados por todas estas marcas y exigencias, ¿cómo se podría encontrar calma y serenidad si a cada instante los deseos y proyectos son interferidos? ¿De qué modo contener las emociones para que no dañen el cuerpo?
Para Petrollini, en primer lugar, se trata de intentar separar cuáles son las exigencias que dependen de los ideales familiares y sociales y cuáles efectivamente están relacionadas con nuestro deseo. En segundo lugar, poder darse un tiempo para volver a pensar cuál camino sería el más adecuado para lograr ese objetivo. En tercer lugar, luego de identificar el problema o dificultad, limitar lo más posible la culpa o los autorreproches. Por último, aceptar los cambios como una nueva oportunidad para poder encontrar y mantener ese cielo sin nubes y el alma apacible.
“Se trata de construir un diálogo respecto de nuestros puntos de vista y de los otros para escuchar otras experiencias y que lo intenso de la vida se vaya supliendo con la calma”, concluye.