Descubrí esta práctica japonesa que se convirtió en una filosofía de vida.
La filosofía kintsugi nos enseña que todos podemos reconstruirnos y centrarnos en nuestros puntos fuertes. En vez de usar polvo de oro o laca, debemos fomentar nuestra autoestima, descubrir por nosotros nuestras habilidades y ser bondadosos con todos, pero sobre todo con nosotros. No ser tan críticos, aceptarnos con toda nuestra historia y carga emocional. Si aprendemos de nuestros errores y traumas del pasado, dejar ver esas cicatrices no tiene por qué ser un tabú ni mucho menos. Somos imperfectos y eso está bien. Es imposible ser “perfectos en este plano”. Tenemos que ser resilientes y ver cómo aprender del dolor o los errores; esta es la mejor virtud que podemos tener siempre. Animarnos a mostrarnos imperfectos, nos hace humanos, más sabios y mejores personas en todos los aspectos de nuestra vida. Reconocer y darle entidad nuestra hoja de ruta en la vida es la que nos lleva a encontrar el mejor camino, por más curvas y desvíos que nos presente. El resultado de ser transparentes siempre es positivo.
Hoy, con la crisis que nos enfrentamos como sociedad, donde reina la incertidumbre, nos sentimos vapuleados y con heridas que dejan marca, tenemos que sacar la resiliencia para poder lidiar con estos eventos traumáticos de forma positiva. Aprovechar las oportunidades que brinda la vida, reorganizarnos positivamente y atravesar las dificultades que se presenten. Nuestras experiencias, nuestras heridas, las enseñanzas y aprendizajes son los que nos convierten en lo que somos y lo que estructura nuestra personalidad. Estamos formados de todo eso y nada debe ocultarse. Hay que resignificar y darle un valor. Como dice el poeta Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”.